Lo grande que tiene la blogosfera maternal es que permite investigar cómo actúan otras madres, y en ocasiones esas madres son españolas viviendo en el extranjero, lo cual te permite contraponer otras culturas con la nuestra.
Así, leyendo a Una mamá española en Alemania he hecho un inesperado descubrimiento: SOY UNA MADRE ALEMANA.
Soy una persona más bien desordenada, y las tareas del hogar me dan una pereza extrema. Barrer, fregar, cocinar… los sobrellevo dignamente. Pero planchar es algo superior a mis fuerzas, así que con los años he desarrollado una técnica ultradepurada de colgado de sábanas y demás prendas arrugables para que queden bien estiraditas sin necesidad de plancha. Técnica que, por cierto, me están reventando el baby de mi querido Centollito y los vestiditos de Minchiña, con lo que la buena de la plancha está haciendo horas extra últimamente. Claro, ya que la enciendo, pues habrá que aprovechar el calor…
Lo de mantener todo en perfecto orden ya lo llevo peor, pero con dos terremotos en casa, me vais a perdonar un poco el desorden pero van más rápido ellos revolviendo que yo colocando.
Esta «desastrez» mía tiene su punto de ironía, porque mi madre es una auténtica fanática del orden y la limpieza, además de, por supuesto, el buen vestir y las buenas costumbres…. exigente al máximo en todos los ámbitos. Una avanzada a su tiempo, que me río yo de la madre ninja y la madre cruasan, esas son sucedáneos baratos de mi madre.

Una imagen: todos en fila, de mayor a menor, ropas hechas por mamá para todos y todas, pelo repeinado relamido como debe ser, coletas y trenzas en su sitio y que no se mueva un pelo que la liamos… bien, vamos a ver esas camas. Sábanas mal estiradas, ZAS todo al suelo y la vuelves a hacer entera. Esa almohada no está mullida, ZAS todo al suelo y a hacerla de nuevo… si era necesario, se hacía la cama tres veces cada mañana. Que no se diga que no sabes hacer bien las cosas importantes en la vida.

En fin, que me lío. Mi madre pensaba (y piensa) que si no barrías la casa 4 veces al día y limpiabas el polvo dos, la casa no estaba limpia ni nada. Y no pensarías que lo hacía solita, no. Allí limpiaba hasta el perro. Y yo era la mayor. No digo más.
Entre las virtudes de la hermana mayor perfecta está la de hacer la cama a la velocidad del rayo, peinar a sus hermanas en menos de 2 minutos cada una, variando de peinado a diario, y teniendo en cuenta que te tocará arreglar cada desaguisado. Así obtuve una maña y velocidad incomparable realizando trenzas campesinas. Una de todo el pelo, sólo él pelo de delante, el pelo de delante pero trenzado de oreja a oreja, dos trencitas con ese pelo, dos trencitas con todo el pelo… Una variedad, velocidad y pulcritud trenzando que ya quisieran para sí muchas peluqueras.

Así comenzaba la mañana, pero luego venía el cole, después comer rápido y recojer la mesa, barrer, fregar, ensayar piano, ir a extraescolares, volver a casa a hacer los deberes, vigilar a los peques, limpiar el polvo, recoger juguetes, ronda de lavandería (lavadoras, tender, planchar), y luego a tu habitación a estudiar, que no has tocado libro en toda la tarde, ¡un poco de responsabilidad por favor!
Así que a pesar de haberme criado con el olor a lejía incrustado en la pituitaria, de haber aprendido a clasificar la ropa por colores, tejidos y tipo de prenda a la vez, de haber practicado el arte del planchado hasta obtener el doctorado cum laude en planchado de rayas de traje… A pesar de todo ello siempre he sido un desastre organizativo absoluto, para escarnio de mi pobre madre. Como ya os habréis imaginado, la maternidad ha sacado a relucir estas carencias mías.

Siempre he pensado que mi problema era debido a un especie de «efecto rebote», y que la pulcritud de mi madre había provocado en mí una alergia incurable a las labores de orden y limpieza… Ya hace años que he aceptado mi tara, y que para minimizar en la medida de lo posible mi desastre me pongo rutinas y me premio cuando las sigo al pie de la letra, al más puro estilo supernany . Si, lo admito. Me hago el supernany. Si soy buena y limpio todo me regalo una manicura, o unas mechas. Si es que tengo muchas secuelas…
Lo más preocupante es que invariablemente, cuando mi madre me llama por teléfono, salto como un resorte y me pongo a recoger o limpiar como una loca mientras hablo:
– Hola hija qué haces?
– Estoy limpiando la cocina mamá
– Pues menos mal, que hay que ver cómo la tienes… No olvides repasar las juntas de los azulejos con el cepillo de dientes y mi mezcla de lejía, amoníaco y baldosininin
– (mientras froto como una posesa con el cepillo de dientes las juntas) Claro mamá, las juntas siempre relucientes, si me enseñaste muy bien cómo se limpian…
esos azulejos están sucios… ¿Que no véis las manchas? Ahora os lo explica mi madre
Pero el otro día descubrí que todos estos años he vivido engañada. Es verdad que la presión de mi madre provocó en mí un cambio, pero no a peor, como yo pensaba, sino a mejor.
Tantos años insistiendo en los buenos modales, la limpieza y la pulcritud, el estudiar y labrarme una carrera, estudiar idiomas, el tocar el piano y leer para cultivarme y adquirir un nivel de cultura adecuado… Mi cerebro, muy sabiamente, tomó toda esa información, la procesó, y llegó a una conclusión: tienes que hacerte alemana, ese es el futuro.
Lo entendí leyendo como digo a esta maravillosa mujer, que ha tenido a bien descubrirnos cómo los alemanes dejan que los platos aprendan a lavarse solitos dejándolos en un fregadero lleno de agua, cómo evitan al máximo planchar ropa… Y ya veis que están dominando el mundo… menudo vuelco me dió el corazón cuando me dí cuenta, ¡si es que estoy perfectamente adaptada para triunfar allí!
Así que está decidido, vista mi alta capacitación, emigramos. Ahora mismo estoy metiendo la ropa en las maletas… Perfectamente doblada y organizada por colores, natürlich, que seguro que mi madre me las revisa antes de irnos.
Muy bueno, me he echado unas risas leyéndote